Centro Mexicano de Sindonología

Homilía de S.E.R. Mons. Christophe Pierre
Nuncio Apostólico en México
Exposición de réplica de la Sábana Santa de Turín
(Basílica de Guadalupe, México, D.F., 4 de mayo de 2012)

Muy queridas hermanas y hermanos,

Aquella tarde de la víspera del sábado solemne de Pascua, pasadas las terribles horas de aquel viernes de dolor durante las cuales el Señor moría atrozmente sobre la cruz, José de Arimatea pidió audazmente a Poncio Pilato la autorización para sepultar a Jesús en su sepulcro nuevo, excavado en la roca a poca distancia del Gólgota. Obtenido el permiso, compró una sábana, y luego de bajar de la cruz el cuerpo de Jesús, lo envolvió con aquel lienzo y lo depositó en aquella tumba. Desde ese momento, Jesús permaneció en el sepulcro hasta el alba del día después del sábado.

Tiempo más allá del tiempo”, -lo llama el Papa Benedicto XVI-, durante el cual Jesucristo, el Hijo Unigénito de Dios, se abajó hasta el punto de entrar en la soledad máxima y absoluta del hombre, a donde no llega ningún rayo de amor, donde reina el abandono total sin ninguna palabra de consuelo, pero en el que sucedió lo impensable: el Amor penetró en esa soledad última de la muerte, cruzándola para guiarnos y para atravesarla con Él. Oscuridad de la muerte del Hijo de Dios, desde la cual ha surgido la luz de una nueva esperanza: la luz de la Resurrección.

En Turín, ante la Sábana Santa el Papa Benedicto XVI, decía que el escondimiento de Dios forma parte de la espiritualidad del hombre contemporáneo, de manera existencial, casi inconsciente, como un vacío en el corazón que ha ido haciéndose cada vez mayor. Y añadía que de ello precisamente nos habla la imagen de la Santa Sábana de Turín, que envolvió un cuerpo yaciente, herido y terriblemente maltratado: muerto, pero, al mismo tiempo, la imagen de un cuerpo que no sufrió los estragos de la muerte y de la putrefacción; que muestra el rostro sereno y luminoso de Quien ya está viendo la victoria más allá del tiempo y del espacio. “Me parece –decía el Santo Padre-, que al contemplar este sagrado lienzo con los ojos de la fe se percibe algo de esta luz”. “La Sábana Santa ha quedado sumergida en esa oscuridad profunda, pero es al mismo tiempo luminosa; y yo pienso que si miles y miles de personas vienen a venerarla, sin contar a quienes la contemplan a través de las imágenes, es porque en ella no ven solo la oscuridad, sino también la luz; más que la derrota de la vida y del amor, ven la victoria, la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio; ciertamente ven la muerte de Jesús, pero entrevén su resurrección; en el seno de la muerte ahora palpita la vida, pues en ella habita el amor”.

El Sábado Santo –enseña el Santo Padre-, es la “tierra de nadie” entre la muerte y la resurrección, pero en esta “tierra de nadie” ha entrado Uno, el Único que la ha recorrido con los signos de su Pasión por el hombre. Así, el misterio más oscuro de la fe es, al mismo tiempo, el signo más luminoso de una esperanza que no tiene límites.

También por ello, la Sábana Santa aparece, por así decirlo, como ícono de ese gran misterio que es fuente de consuelo y de esperanza, que habla de aquel Sábado Santo como testigo de ese intervalo único e irrepetible en la historia de la humanidad y del universo, en el que Dios, en Jesucristo, compartió no sólo nuestro morir, sino también nuestra permanencia en la muerte. Un ícono que lleva a descubrir cómo ese rostro, esas manos y esos pies, ese costado y todo ese cuerpo habla con la sangre, y la sangre es la vida. Sangre de un hombre flagelado, coronado de espinas, crucificado y herido en el costado derecho. Imagen de un hombre muerto, pero en la que la sangre habla de amor y de vida, como un manantial que susurra en el silencio y que nosotros podemos oír. Porque, como llegó a decir el amado Juan Pablo II, “en el Hombre de la Sábana Santa, el amor infinito de Dios habla al corazón de todo hombre”.

Así, ese precioso lienzo, que el Beato Juan Pablo II llegó a considerar: “espejo del Evangelio”, ha ayudado a muchos a mejor comprender el misterio del amor del Hijo de Dios por el hombre, al manifestársenos como tela sepulcral que envolvió el cadáver de un hombre crucificado, que corresponde en todo a lo que los Evangelios narran sobre Jesús y que hace que todo hombre sensible se sienta interiormente impresionado y conmovido al contemplarla, y empujado a contemplar interiormente a Aquel que, por amor infinito y en obediencia amorosa al Padre, se entregó por nosotros hasta la muerte, y una muerte de cruz.

Ante ese lienzo sagrado desconcierta el pensamiento de que ni siquiera el Hijo de Dios resistió a la fuerza de la muerte; pero, al mismo tiempo, nos conmueve el pensamiento de que participó de tal modo en nuestra condición humana, que quiso someterse a la impotencia total del momento en que se apaga la vida.

De este modo, la Sábana Santa no sólo expresa el silencio de la muerte, sino también el silencio valiente y fecundo de la superación de lo efímero, gracias a la inmersión total en el eterno presente de Dios, que confirma el hecho de que la omnipotencia misericordiosa de Dios no ha sido detenida por ninguna fuerza del mal, y que se convierte en invitación a vivir cada experiencia, incluso la del sufrimiento y de la suprema impotencia, con la actitud de quien cree que el amor misericordioso de Dios vence toda pobreza, todo condicionamiento y toda tentación de desesperación.

Queridas hermanas y hermanos. La fascinación misteriosa que ejerce la Sábana Santa impulsa a formular justas preguntas sobre la relación entre ese lienzo sagrado y los hechos de la historia de Jesús. Lienzo considerado por el Magisterio, a veces como “reliquia”, y otras como “icono” (retrato o imagen no creada por la mano del hombre).

Sin embargo, -como delicadamente advertía Juan Pablo II- “dado que no se trata de una materia de fe, la Iglesia no tiene competencia específica para pronunciarse sobre esas cuestiones, sino que encomienda a los científicos la tarea de continuar investigando para encontrar respuestas adecuadas a los interrogantes relacionados con este lienzo que, según la tradición, envolvió el cuerpo de nuestro Redentor cuando fue depuesto de la cruz”. Lo que sí es claro, como lo ha recordado el Magisterio a lo largo de los siglos, es que nuestra fe tiene su firme cimentación, no en una imagen y ni siquiera en una reliquia de Jesucristo, sino en su misma Persona: ¡en la Persona de Jesucristo resucitado!, hecho que tiene fundamento en el testimonio histórico y seguro de quienes fueron testigos presenciales de su crucifixión y sepultura y lo vieron luego resucitado en su mismo cuerpo glorioso.

¡Cierto!, “¡fortuna inmensa la nuestra, -decía el Papa Pablo VI en su mensaje trasmitido por Eurovisión el 22 de noviembre de 1973-, si esta verdadera y superviviente efigie de la Santa Síndone nos permite contemplar el diseño auténtico de la adorable figura física de Nuestro Señor Jesucristo, que en verdad viene a calmar nuestra avidez -hoy tan ardiente- de poder conocerle también visiblemente! (…). El Rostro de Cristo, allí representado, se nos presenta tan verdadero, tan profundo, tan humano y divino, como en ninguna otra imagen podemos admirar y venerar (...). Cualquiera que sea el juicio histórico y científico que exigentes estudiosos llegarán a manifestar sobre esta sorprendente y misteriosa reliquia, no podemos eximirnos de hacer votos para que esta reliquia sirva para conducir a los visitantes no sólo hacia una absorta observación sensible de las líneas exteriores y mortales de la maravillosa figura del Salvador, sino que pueda además introducirlos a una más penetrante visión de su escondido y fascinante misterio”.

El Beato Juan Pablo II, en continuidad con el pensamiento de sus predecesores en la Sede de Pedro, refiriéndose en diversas circunstancias a la Sábana Santa la llamó “la reliquia más espléndida de la pasión y de la resurrección”, “icono conmovedor de la pasión de Cristo”, “precioso lienzo que nos ayuda a comprender mejor el misterio del amor que nos tiene el Hijo de Dios” ya que es una “imagen conmovedora de un dolor indescriptible”. Por ello, para el Papa Juan Pablo II la Sábana Santa es “icono del Cristo abandonado en la condición dramática y solemne de la muerte”, pues “tiene una relación tan profunda con cuanto narran los evangelios sobre la pasión y muerte de Jesús”. “Así, la Sábana Santa constituye un signo verdaderamente singular que remite a Jesús”, que “nos permite comprender las condiciones a través de las cuales quiso pasar Jesús antes de subir al cielo. Este preciosísimo lienzo, con su elocuencia dramática, nos ofrece el mensaje más significativo para nuestra vida: la fuente de toda existencia cristiana es la redención que nos consiguió el Salvador, que asumió nuestra condición humana, sufrió, murió y resucitó por nosotros. La Sábana Santa nos habla de todo esto. Es un testimonio único”.

Queridas hermanas y hermanos. Como nos han recordado los Santos Padres, la victoria sobre la muerte es el fundamento de nuestra la fe. “La fe, -decía Juan Pablo II-, al recordarnos la victoria de Cristo, nos comunica la certeza de que el sepulcro no es el fin último de la existencia. Dios nos llama a la resurrección y a la vida inmortal”.

Vivamos esta esperanza. Vivámosla profunda y existencialmente. Dios se ha hecho visible en las palabras y en las obras de Jesús, manifestación del amor del Padre. Quien ve a Jesús y lo sigue, ve y sigue a Dios. Nadie va al Padre sino por Cristo. En Jesús miramos el Rostro del Padre; sus palabras son las palabras del Padre. Él mismo es la Palabra del Padre hecha carne y sus obras son del Padre.

Vivamos profundamente esta verdad que nos colma de esperanza. Vivámosla como verdaderos discípulos que se esfuerzan por conocer a Jesús, no con un conocimiento meramente intelectual ni superficial, sino existencial; con aquel conocimiento que se funda en la experiencia de familiaridad que crea el amor, y que se alcanza sólo por la práctica del amor estando con Él, escuchándolo, siguiéndolo y ahondando la comunión con Él, por la práctica de un amor semejante al suyo.

De su entrega pascual, Cristo nos ha dejado un memorial que no es simple recuerdo sino actualización del misterio salvador. La Eucaristía es ese memorial. En ella Cristo se ofrece al Padre como víctima agradable  y se nos da a nosotros para que tengamos vida y vida abundante. La Eucaristía, que no es “algo” sino “Alguien”: el Señor, que de un modo sacramental, bajo las especies del pan y del vino actualiza en cada momento la historia de su Pascua, su sacrificio Pascual, también hoy se nos ofrece como comida y bebida de salvación.

Al conmemorar aquel momento, pedimos al Señor que acreciente nuestra fe para que permanezcamos unidos a Él toda la vida y cosechemos frutos abundantes de buenas obras. Que la contemplación de la Sábana Santa nos ayude a vivir el grandioso misterio del amor de Dios por cada uno de nosotros y nos impulse a saber sumergirnos en el misterio de fe y de obediencia a su Hijo Jesucristo.

Y que Santa María de Guadalupe, la Mujer que nos fue entregada como Madre por su mismo Hijo en el suplicio de la cruz, nos acompañe con su ejemplo y con su intercesión en el camino de fidelidad a Cristo y de participación en su misterio redentor y nos ayude, a todos y cada uno de nosotros y a todos los creyentes, a vivir como verdaderos discípulos y misioneros de Jesús.

Así sea

MISA DE PRESENTACIÓN DE LA SÍNDONE
EN LA BASÍLICA DE GUADALUPE
4 DE MAYO DE 2012.